Cuento: Pepe Choclo

 

PEPE CHOCLO

Por: Jorge Mesía Hidalgo

Pepito es un niño como todos los demás. A sus siete años juega con sus amigos del barrio y de la escuela. Pero hay algo que le preocupa, sus compañeros de la escuela le han puesto el apodo de Pepe Choclo. En muchas ocasiones ha preguntado por qué ése apelativo y todos le salen con respuestas evasivas. Es que Pepito es un niño extremadamente blanco, tiene el cabello rubio lacio y unas impresionantes pecas en las mejillas y la nariz.

Cierta vez, habiendo regresado de la escuela, ingresó a su casa con el rostro rojo y lágrimas en los ojos. Su mamita Isabel, como él la llamaba, al verlo así, se alarmó y le preguntó:

—Hijito,  ¿Qué tienes?, ¿Por qué estás llorando?

Pepito, sin responder, fue directo a sentarse en una silla y arrimar su rostro en sus brazos apoyados sobre la mesa del comedor. Mamita Isabel se acercó y frotándole la cabeza trató de consolarlo. Pepito, en silencio, continuó en la misma posición.

—Cuéntale a tu mamita lo que te pasa, hijito mío. —le dijo como un susurro.

Pepito levantando la cabeza y limpiándose las lágrimas le contestó:

—No me gusta que en la escuela me digan Pepe Choclo.

—Pero hijito, ya te dije que no les hagas caso, tus compañeritos son bromistas, te dicen así porque te quieren. —Pepito se puso de pie.

—No, mamita Isabel, sólo a mí me llaman por ese apodo, el resto se llaman por sus nombres. —respondió, Pepito.

Mamita Isabel, un poco apesadumbrada por las circunstancias, se cubrió el rostro con las manos y empezó a sollozar. Pepito, alarmado al verla así se abrazó a su cintura.

—Mamita Isabel, ¿Por qué lloras?, te pido que no llores, si quieres no haré caso que mis amigos me llamen así, pero no llores, mamita Isabel. —dijo, el pequeño.

Entonces, mamita Isabel, le tomó del brazo y con mucha suavidad y cariño le condujo a un sillón grande de la sala, sentándose en él, abrazó al niño y recostó su cabeza sobre su regazo.

—Hijito mío, no eres la causa de mi llanto, te voy a contar una historia que ocurrió acá en el pueblo, al final, estoy segura dejará de molestarte que te llamen por ese apodo. —dijo, la mujer.

“Cierta vez, hace varios años, llegó al pueblo un joven europeo, muy apuesto y encantador. Su nombre era Jack. Era muy blanco y tenía el cabello rubio. Como era de esperarse causó admiración en todos los pobladores y sobre todo en las chicas de ese entonces. Era tan grande su gracia, encanto y belleza que muchos niños, hombres y mujeres lo seguían muy de cerca por donde se desplazaba. Tenía 28 años y estaba viajando por los países de América del Sur conociendo culturas, como él mismo nos contó, en un idioma español no bien pronunciado, pero que con sus gestos nos hacía entender perfectamente. Una chica de 19 años se enamoró perdidamente de él y entonces comenzó a acompañarlo a diferentes lugares y chacras a donde iba a conocer a pobladores de la selva. Con el transcurso de los días, el joven europeo también se enamoró de la chica, iniciando entre ambos una relación de amor y ternura, que la chica nunca había vivido. Producto de esa relación nació un niño hermoso y robusto a quien su mamita le puso el nombre de José. A los pocos meses de nacido todos los vecinos del barrio conocían al pequeño y hermoso bebé como Pepito, quien tenía el cabello rubio y era blanco como su papá Jack”.

La joven mujer calló. Pepito le miró al rostro y agrandando los ojos, dijo:

— ¿Pepito, como yo? —la mujer movió la cabeza afirmando.

— ¿Quieres saber algo más, Pepito? —preguntó, ella. El niño volvió a mirarla.

— ¿Y dónde está ese bebé, mamita Isabel? —Ella sonrió y frotándole la cabeza, dijo:

—El bebé ahora es un niño, está junto a mí y eres tú, mi amor. —dijo, ella, con entusiasmo. Pepito se sentó rápidamente y miró a su madre interrogante— Sí, hijito, el bebé hermoso que te mencioné, eres tú y la chica que siguió al europeo por que se enamoró de él, soy yo, o sea tu papá es Jack. —Pepito siguió mirando a su madre haciendo un gesto de incomprensión y tomándose la cabeza— Por eso eres blanco y tienes los cabellos rubios, como tu padre, y por eso también tus amigos te dicen Pepe Choclo, porque el maíz choclo tiene unos hilos sedosos amarillos y sus granos son blancos. —concluyó, ella.

Pepito se puso de pie y caminó unos pasos, luego se volvió a ella y preguntó:

— ¿Y dónde está mi padre, mamita Isabel? —Ella se puso de pie y tomando de la mano al niño, le dijo:

—Ven, Pepito, —y lo condujo a su habitación, abrió un cofre de madera que lo tenía con llave y extrajo una fotografía. Se lo mostró a Pepito— Él es Jack, tu papá. —le dijo. Pepito miró la foto con avidez.

— ¡Asu, es alto y blanco y rubio! —dijo, admirado. Su madre movía la cabeza. Pepito volvió a preguntar: — ¿Dónde está él, mamita Isabel? —La mujer se limpió rápidamente una gran lágrima que rodaba por su mejilla.

—Él está en su país, Noruega, partió antes que tú nacieras, sin siquiera saber que yo estaba embarazada. Al partir de viaje me dijo que al año siguiente volvería para casarse conmigo porque estaba enamorado de mí, pero ya ves, han pasado 7 años y no sé nada de él. —Pepito abrazó a su mamá fuertemente.

—No importa, mamita Isabel, no llores, ya verás que ya no diré nada ni me molestaré si mis amigos me llaman por mi apodo.

Desde entonces pasó un tiempo y Pepito se sentía feliz, había aprendido a aceptar el apodo que sus amigos le pusieron, siempre explicándoles la razón de su blanca piel y sus cabellos rubios, y aunque nadie le creía, aún así se sentía feliz. En una ocasión, cuando se acercaba a cumplir ocho años, en casa haciendo sus tareas, Pepito dijo a su progenitora:

—Mamita Isabel, pronto será mi cumpleaños, ¿Qué me vas a regalar? —Su joven madre le miró.

—A ver, a ver, ¿Qué quieres que te regale?

—Si te digo lo que quiero no vas a poder comprarlo, mejor elige tú, mamita Isabel. — respondió, el niño.

—Ya sé. —dijo, sonriente, la mujer— Te compraré lo que vienes queriendo hace dos años, ¡Una bicicleta!, ¿Qué te parece? —Pepito agrandó los ojos de emoción.

— ¿En serio, mamita Isabel?, ¿Me comprarás una bicicleta? —y corrió a abrazar a su madre.

En ese preciso momento, alguien tocó la puerta de la pequeña casita, que sólo tenía un cuarto y un pequeño patio techado que les servía de cocina y comedor. Pepito fue a abrir la puerta y grande fue su sorpresa y susto al ver a un hombre alto, blanco, rubio y barbudo parado en el umbral de la casa, cargando una gran mochila.

— ¿Acá vivir señorita Isabel? —preguntó, el extraño.

Pepito enmudeció, sólo atinó a voltear a mirar a su madre. Ella de inmediato se acercó a la puerta y en ese mismo instante reconoció a Jack. Se miraron sin pronunciar palabra alguna, de los ojos de ambos brotaron lágrimas y seguidamente se unieron en un fuerte abrazo. Pepito los miraba perplejo, confundido y consternado.

—Pasa, adelante, Jack. —dijo, la mujer.

Luego de acomodar sus cosas y conversar de sus recuerdos, Jack miró al niño, quien en todo momento estaba junto a ellos, ansioso porque su madre le confirmara que el extraño visitante, llamado Jack, era su padre.

—Este niño hermoso, ¿Ser tu hijo? —preguntó, Jack. La mujer haló a Pepito a su lado y lo abrazó.

—Sí, Jack, es mi hijo y tuyo también, cuando partiste de viaje, no sabía que estaba embarazada, por eso no te lo dije. —Jack miró al niño y miró a la madre, expresando una amplia sonrisa se tomó la cabeza.

— ¿Verdad?, ¿Es nuestro hijo? —preguntó, jubiloso. La mujer movía la cabeza afirmando. Jack tomó al niño y lo abrazó. Pepito estaba feliz, estaba viendo a su padre por primera vez y le caía bien, y sabía que a su padre también. Jack llenó de abrazos y besos al niño y a la mujer.

—Yo venido casarme contigo y encuentro sorpresa. —dijo, Jack.

Isabel agrandó los ojos lagrimosos y abrazó fuertemente al visitante, se confundieron en un apasionado beso y ambos abrazaron al pequeño hijo. Pepito Choclo comprendió de inmediato que aquel hombre llamado Jack era en verdad su padre y que había venido de tan lejos por amor a su madre y a él, para casarse finalmente y vivir felices.

Así fue. En los días siguientes Jack e Isabel prepararon los papeles para el matrimonio. Fue un acontecimiento en el pueblo nunca antes visto y todos en general admiraron a Pepito Choclo, quien, por otro lado, caminaba orgulloso y sonriente, de las manos de sus padres por la calles del pueblo. Al otro día anunciaron a todos el viaje de los recién casados a Europa, incluido Pepito Choclo por supuesto, lo que volvió a conmocionar a la gente del pueblo. El día del viaje los amigos y compañeros de la escuela de Pepito se acercaron a despedirlo. Todos decían:

— ¡Chao, Pepito, feliz viaje.

Pepito sonreía feliz junto a sus padres subidos en un tremendo camión que los llevaría a la ciudad grande para embarcarse en un avión que los llevara a Lima y de ahí a Europa. Desde que sus amigos se enteraron que Jack era el padre de Pepito, nunca más volvieron a decirle Pepito Choclo y él extrañaba el apodo, hasta ése día cuando el camión avanzaba y todos despedían levantando las manos a los viajantes, uno de sus amigos, a la distancia, gritó:

— ¡Chao, Pepito Choclo!

Pepito lo miró y sonrió, contento.

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