DISQUISICIONES ACERCA DE LA LIBERTAD

Nunca fuimos más libres que cuando la ocupación nazi.

La República del silencio. Jean Paul Sartre.

LA LIBERTAD I

Por Eduardo N. Cordoví Hernández

Mucho se ha hablado y escrito acerca de la libertad, también mucha gente ha muerto por alcanzarla, por defenderla. Demasiada, si se tiene en cuenta que siempre la disfrutamos y que nunca estuvo en peligro como se dice. No digo que murieran por gusto ni tampoco que si sus vidas se apagaron creyendo morir por ella diga yo que no; pero si vamos a morir por algo, que sea cierto. Vivimos sumergidos en un mar de conceptos erróneos, de criterios desacertados, de falacias, equivocaciones y paquetes incompletos de informaciones trastocadas e inconclusas, cuando no falsas. Así, no estamos en contacto con la realidad. Sin contacto con ella, se vive alienado. Un alienado está confundido, pues existe en un mundo imaginario, ficticio e irreal. Esto es difícil de comprender y requiere argumentaciones. Suena raro que venga alguien a decir que siempre hemos sido libres. Octavio Paz dijo: La libertad no es una idea política, ni un pensamiento filosófico, ni un movimiento social. La libertad es el instante mágico que media en la decisión de elegir entre dos monosílabos: sí y no. Si libertad es capacidad de decidir, de elegir, es algo que el ser humano realizó siempre y queda privado de ello solo como excepción. La causa de las guerras no ha sido por la pérdida o disminución de la libertad, sino para aumentar las opciones al elegir. Conseguirlo al precio de la vida, también me parece exagerado. Un esclavo encadenado no fue libre de decidir irse a otro sitio, eso está claro. Los cautivos jamás fueron rentables en cadenas; se inmovilizaban de noche para evitar las fugas, durante su transportación o en ciertos trabajos, como los remeros en galeras. Pero, considerando este rigor, podía elegir ser o no esclavo. Si trabajaba, lo era, pero, ¡podía negarse! De hacerlo, recibiría castigo… ¡Por supuesto! La mayoría elegía trabajar para evitarse incomodidades, léase: aceptaba la esclavitud. Pero elegir sí podía. Y aquí está el quid del tema: el asunto de la libertad es personal. Uno saca cuentas y acepta o anula decisiones en función de lo que considera que para sí es mejor, más conveniente, menos malo o lo que sea; pero se decide siempre por aquello a lo que se le confiere mayor valor. Puedo estar equivocado, pero si usted decidió seguir esclavo para evitarse una tunda, no diga que no ha sido libre de elegir, porque no es verdad. El asunto es que serlo tenía un precio que no quiso pagar. Y me parece bien, no lo juzgo. Yo haría igual; pues que le den palos a uno no es una experiencia agradable, sobre todo si se puede evitar. El hecho establecido por tradición y/o por decreto de que no fuimos libres alguna vez, no es porque fuera cierto sino porque la mayoría escogió ser esclavos y ahora como que nos da vergüenza. Una observación de la historia nos demuestra que tampoco ha sido así eso de que nos hemos ido a las guerras por la libertad, como si se tratara de un impulso espontáneo, generalizado, visceral o inspirado. ¡Que no! Más bien hemos sido conducidos, nos han convocado y hemos accedido. Nos han convencido de ir o hemos convenido por creerlo justo, apropiado y conveniente. Creo que ya va siendo hora de que nos enfrentemos a muchas ideas de frente y, sin reducirles valor, las bajemos del ara, que más bien, tal altura las injuria. Quizás usted no esté de acuerdo conmigo, pero de todos modos lo convoco a leer nuevas argumentaciones sobre el tema.

LA LIBERTAD II

Nunca fuimos tan libres como bajo la ocupación nazi. La república del silencio, Jean-Paul Sartre. Justicia proviene de exactitud en el peso, deriva de equilibrio. La Justicia es representada con una balanza. Si una de las partes consideradas fuera excluida, rechazada, objetada, no habría justicia. Siempre que enjuicias, tomas en consideración excluir, discriminar, negar, mas el recto juicio es contentivo de las partes. Si valoras dos o más objetos de atención y haces dejación de alguno; niegas, dices a algo: “¡NO!” Tal es una dicotomía, una disyuntiva, un dilema: fuente de dolor porque es aberrado, antinatural e injusto. Digo que siempre elegimos ¡todo! con este criterio excluyente, enrumbado al error y con este argumento, quiero hacer notar que el asunto de la libertad ha sido vía para que unos cuantos se enriquezcan a expensas del sentimentalismo de la mayoría que formamos los pueblos. Un sondeo de la historia sirve para darnos cuenta de la manipulación y de la estafa, de la maniobra y de la mentira. ¿Con buena fe…? ¡Sí! Porque esos que salieron ganando quizás se lo propusieron ¡Pero no fueron todos! No se aparecieron unos cuantos vivos a manipular a medio mundo ¡No! Siempre hay, pero la mayoría se vuelven vivos más tarde, después que comienzan a disfrutar del poder y sus prerrogativas. Me parece anacrónico que a esta altura de la Historia los líderes de las naciones persistan en movilizar a sus pueblos hacia guerras que sirven para afianzar sus puntos de vista, empleando llamadas hacia el color del cielo, de la vegetación o de símbolos del fetichismo patriótico. Lo cierto es que bajo esa apariencia solemne, subyacen todas las cualidades del mal, todo lo tenebroso y macabro del costo de dolor y muerte con que vamos a pagar la opulencia de futuras descendencias (que no nos serán consanguíneas) pero sobre todo la miseria y la angustia de vivir ¡de otras! mucho más concurridas y cercanas. ¡Todo! en función de una libertad que no nos falta, que nunca nos ha faltado y que nadie nos podrá quitar nunca. Esa libertad real y verdadera tiene un ejercicio y una experiencia de conquista que ocurre dentro de cada uno. No fuera. Creo que quizás quede quien diga: Sí, eso está muy bonito, pero no me niegue que no parece inteligente dejarse matar para demostrar que uno es libre. Y es verdad. Si llega la Gestapo y le restringe sus derechos de usted porque es pelirrojo y usted acepta antes de recibir una tunda, me parece inteligente, no creo que sea cobardía… y aprecio su habilidad para salvar el pellejo y hasta me alegro por usted. Pero si su vecino, también pelirrojo, prefiere que lo maten antes de aceptar vivir con menos derechos que los rubios, me parece que hace uso de la libertad, de una forma tan genuina como la suya de usted. Lo que no acepto es que usted venga a decirme que no es libre. Usted hizo uso de su libertad para ir hacia un punto y su vecino hacia otro, pero no ha habido detrimento de la libertad. Usted elige y decide. Nadie puede quitarle eso, y es lo que quiero dejar claro. Como quiero dejar claro que siempre que no afecten a otros, las decisiones que tomemos son tan dignas de respeto como las ajenas. Cuando los ciudadanos aprendamos esto, habrá menos guerras porque habrá menos críticas y más comprensión y, por tanto, más aceptación del proceder ajeno. El problema es que, aunque seamos inteligentes, no todos comprenderemos eso. Y, si estamos claros de que no todos lo comprenderán, sería tonto pretender proponernos salvar al mundo: sería un desperdicio de energías. Pero eso es un tema aparte.

LA LIBERTAD III

Cuando comencé a escribir esta serie de articulitos, debí comenzar por éste. Para comentar sobre cualquier tema es necesario, para su comprensión, dejar claro a qué nos referimos; definir y precisar los conceptos, con todo y que las definiciones no sean más que recursos teóricos que existen, sólo, en la metodología pedagógica ¡Y no en la vida! donde todo está, de continuo, interconectado. Con respecto a los criterios que tenemos sobre la libertad, muchos son infundados, debido a eso llegamos a conclusiones erróneas; muchos de tales criterios son inconsistentes porque a su vez son conclusiones que se basaron en verdades supuestas. Pero ¿qué es la libertad? La mayoría piensa que es poder hacer todo lo que uno quiera, siempre que no dañe a los demás; éste, es uno de tales criterios desacertados. Aunque fuera sin daño para otros, nunca podríamos hacer todo lo que queramos porque no somos omnipotentes. Aunque te tiñas, tu pelo seguirá creciendo con su color natural; tampoco podrás hacer que un tres de copas le gane a un as. Igual afirmo que la libertad debe incluir el derecho a elegir ¡Incluso! el daño ajeno porque ¡no elegirlo! tiene mérito. Si no hago daño a los demás porque se me prohíbe ¿dónde está el mérito? El valor está en preferir no hacerlo. Otra definición, que se toma por irónica, dice que es: poder hacer todo lo que está permitido. Estoy más de acuerdo con ésta última, aunque haciéndole cambios. Porque el asunto no es que pueda hacer todo lo permitido sino todo lo posible, dentro de lo razonable, de hacerse. De aquí se puede establecer una definición bajo tres condiciones, ya que siempre va a haber acciones imposibles de realizar. Libertad es la capacidad de elegir dentro de lo que es factible; o sea, dentro de posibilidades reales. Esta definición tiene tres condiciones. Primera: La elección debe ser posible en los hechos. ¿Es posible hacer esto? No pregunto si está mal, si el costo será carísimo o si a los demás les gusta. No se trata de qué pasaría si todos eligieran lo mismo o si las consecuencias serían impredecibles. Pregunto: ¿Se puede hacer? Segunda: Las opciones deben ser dos o más. Siempre que pueda decir sí o no, soy libre. Tercera: La responsabilidad, de asumir el costo de tal elección. Soy responsable por lo que elijo, porque, con justicia, podría haber elegido otra cosa. No puedo dejar de ser libre; por tanto, tampoco dejo de ser responsable de lo que elijo. La libertad a veces pesa. Si soy responsable, puedo llegar a sentirme mal por lo elegido y hasta puede pesarme responder por mi elección. Resulta interesante, porque la libertad se considera algo agradable y placentero; sin embargo, ahora sentimos que si pudiéramos quitarnos de encima la posibilidad de elegir, dejar que otro se hiciera cargo, nos sentiríamos aliviados. Quiero dejar claro con estos articulitos que es nuestro derecho y privilegio limitarnos. No es el estado quien me limita, no hay nada real que me impida elegir; somos quienes estamos haciendo elecciones una vez tras otra. Y es nuestra incapacidad o indecisión para elegir lo que nos hace no sentirnos libres. El miedo a elegir lo correcto nos hace transferirle la responsabilidad a quien nos pone en ocasión de elegir. Decimos que no somos libres porque el estado nos advierte a priori acerca del costo de nuestras elecciones o nos castiga a posteriori una vez que elegimos, pero aquél solo puede legislar sobre ellas, acaso limitarlas, pero nunca impedirlas.

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