NOVELA: EL ROJO CANDOR DEL PASADO (Extracto)

 

EL ROJO CANDOR DEL PASADO

 

Por: JORGE MESÍA HIDALGO

 

Más allá divisó una gran puerta, inmensa, para ella. Se acercó. Las luces de las casas casi no llegaban a ella. Pudo darse cuenta que estaba hecha con maderas angostas entrecruzadas, que dejaban espacios por donde se podía mirar al otro lado. A través de uno de ellos pudo ver al interior, estaba oscuro, pero claramente se distinguía un barco enorme, y otros, más pequeños, también. —“Este es el puerto”, —pensó. Siguió mirando sin percatarse que a su lado llegó alguien.

—Hey, debes retirarte de acá, —escuchó la voz de un hombre. Linda saltó del susto. Miró y se dio cuenta que era un muchacho. Sin decir palabra alguna, retrocedió unos pasos hasta casi caer de espaldas al tropezar con un montículo de tierra. El muchacho vestía de una manera peculiar: camisa manga larga con unas orejas en los hombros y pantalones holgados, unas botas que le llegaban hasta la rodilla y en la cabeza un gorro grande que colgaba por un lado. Toda la indumentaria de color gris oscuro. —¡Cuidado!, no te asustes, sólo retírate hacia allá, —indicó, el muchacho, señalando la calle iluminada por las lámparas de las casas.

— ¿Tú cuidas el puerto?, —preguntó, Linda, desde cierta distancia.

—Ajá, soy marinero, dentro de un rato termina mi turno, vendrá otro a reemplazarme, —contestó.

— ¿Marinero?, ¿qué es marinero?, —preguntó, Linda. El muchacho sonrió.

—¿De verdad no sabes o me estás tomando el pelo? —Linda  movió la cabeza negando. — ¿Cuántos años tienes?

—Ya voy a cumplir doce, —respondió, ella. El Muchacho marinero volvió a reír, esta vez, con más ganas.

—No jorobes, —dijo, en voz baja y se encaminó hacia una especie de cuarto pequeño que había al costado de la gran puerta.

— ¿Tú manejas el barco?, —preguntó, Linda, casi gritando. El muchacho se acercó a ella con paso firme.

—No grites, muchacha, y aléjate de acá, además, es peligroso que estés andando sola en este lugar, —dijo.

—No sé a dónde ir, no encuentro a mi tía Mabel, —respondió, Linda, —con ella voy a viajar a Iquitos, ¿tú manejas el barco?, —volvió a preguntar.

—Mejor cállate, muchacha, el barco no se maneja, el barco se navega, ¿entiendes? —Linda movió la cabeza negando y afirmando a la vez. El muchacho marinero sonrió. —Ah, ya entiendo, no eres de acá, ¿eh?. —Ella afirmó con la cabeza. — ¿De dónde eres?, —preguntó, él.

—Mi pueblo queda lejos, un día caminando y dos días en balsa, —respondió, Linda.

— ¿Y, has venido sola?

—No, he venido con mi tía Mabel, con ella voy a viajar a Iquitos.

— ¿Dónde está tu tía?, —preguntó, él.

—No sé, no la encuentro desde la tarde, —respondió, Linda. El muchacho se le acercó un poco.

—Mira, yo te voy a ayudar a encontrar a tu tía, espérame allá, siéntate en esa vereda, en cuanto vengan a reemplazarme vamos a ir a buscarla, ¿está bien?

—Ajá, está bien, —dijo, ella, y fue a sentarse donde, el muchacho, le había indicado.

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Corría una brisa fría en aquella parte del puerto. Linda comenzó a sentir frío y no tenía con qué abrigarse. Cruzó los brazos y arrimó el mentón en las rodillas, sentada en la vereda que el muchacho marinero, le indicó. De pronto lo vio acercarse.

— ¿Ya ves?, ya estoy libre, —dijo, al llegar a su lado. Linda sólo lo miró. Estaba tiritando de frío, sin ánimo de hablar ni levantarse, siquiera. —Vamos, —le dijo, él, tomándole del brazo. —Pucha, estás helada, vamos a mi cuarto te daré una camisa gruesa manga larga, ¿quieres?, —dijo, el muchacho. Ella apenas movió la cabeza y se dejó llevar. Él la abrazó, tratando de cubrirle los brazos, para abrigarla un poco. —También te darás un baño porque hueles mal, — dijo, el muchacho, al tenerla cerca, —¿De verdad vas a cumplir doce años?, —preguntó, de pronto.

—Ajá, —respondió, ella, sin inmutarse.

— ¿Cómo te llamas”, —preguntó, él.

—Linda Fuerza, —alcanzó a pronunciar, ella.

— ¿Linda Fuerza? —repitió, él, riendo— Parece que no tienes nada de fuerte, más pareces un delicado pollito. —comentó y siguió riendo.

— ¿Tú, cómo te llamas?, —preguntó, Linda.

—Manuel, —respondió, —pero no te voy a decir mi apellido porque te vas a reír.

Linda movió la cabeza sonriendo, por primera vez se sentía segura, al lado de aquel extraño, que empezaba a conocer.

— ¿Cuántos años tienes?, —le preguntó, arrimando un poco la cabeza sobre el hombro del chico marinero.

—Voy a cumplir 16 el próximo mes. —Linda lo miró con una sonrisa.

— ¿Cómo te has hecho barquero?, —preguntó. El muchacho rió fuerte.

—Soy marinero, no se dice barquero, —corrigió y siguió riendo de buena gana. Siguieron caminando hasta llegar a una casa, en una calle adyacente, —aquí vivo, —dijo, Manuel, el chico marinero, al abrir la puerta.

 

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