NOVELA: PABLIKA, El Jardín de los Claveles (Extracto)

 

PABLIKA: El Jardín de los Claveles

POR: JORGE MESÍA HIDALGO

Pablo Luis se detuvo bruscamente en medio del camino. Había dejado la motocicleta en la entrada del pueblo, al cuidado de don Jacinto, un señor muy amable que vendía sandías junto a la carretera. El camino hacia la casa de sus padres, a unos cien metros, estaba húmedo y resbaloso, dificultando el tránsito. Seguro que llovió la noche anterior. Los alrededores estaban deteriorados. La casa vieja, despintada, desmejorada y el empedrado, desaparecido. Se había convertido en la típica casa de las afueras de la ciudad de Huaral, rodeada de verdor y jardines mal cuidados. Pero más que las dificultades que encontraba para caminar ese trecho que antes era empedrado, haciéndolo más transitable para todos, incluso para los más ancianos como sus abuelos ya fallecidos, eran los recuerdos, que en esos momentos acudían a su mente, lo que lo detuvieron a contemplar la casa desde cierta distancia. Estaba vestido con lo más masculino que su amigo Filder pudo conseguirle. Aun así, temía que sus facciones aniñadas y sus gestos de gay lo traicionaran. Sus ojos se llenaron de lágrimas y un nudo gigantesco se le formó en la garganta haciéndole soltar gemidos grotescos, que salían a borbotones desde su estómago. 

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“FERMÍN”

— ¡Hey, Pablo, ¿estás en casa?—escuchó la voz de Fermín.

— ¡Sí, voy, un momento!—respondió desde el interior.

Pablo Luis y Fermín son compañeros de estudios y amigos desde el año anterior. Fermín llegó a la ciudad, desde el norte, por motivos de trabajo de sus padres y desde el primer momento que se presentaron, Pablo Luis sintió un flechazo en su corazón. Fermín, en su parecer, era hermoso, ojos soñadores de color verde, una sonrisa bella, cuerpo atlético y sobre todo eran de la misma edad. A Fermín le pasó lo mismo, pues le fue difícil retirar la mirada de la mirada de Pablo Luis, tanto que casi fueron descubiertos en ese instante por sus compañeros. Desde entonces llevaron una amistad muy fuerte, muy unida.

Pablo Luis recuerda que desde que cumplió los doce comenzó a sentir atracción por los chicos. Tenía un vecino, dos años mayor, que le tenía atormentado. Soñaba con él casi todas las noches. Lo imaginaba, aún despierto, en situaciones lujuriosas que, en muchas ocasiones, humedecíany manchaban sus calzoncillos y las sábanas de su cama. Afortunadamente, durante las vacaciones, el vecino viajó y fue un alivio para Pablo Luis, porque cuando regresó, todo el atractivo libidinoso que sentía por él,se había esfumado. Hubo otros chicos que también interfirieron en su vida, pero sólo de vista y por temporadas. Pablo Luis jamás se atrevió a manifestar sus sentimientos a nadie. Ni siquiera a su madre, a quien quería con devoción y tenía plena confianza, pero que, en ocasiones le escuchó comentarios con destellos homofóbicos, y eso, de alguna manera, le aterraba.

—Hola, chico bello —dijo, en voz baja, a su amigo Fermín, cuando abrió la puerta. Fermín se estremeció y puso cara de loco—no te asustes, mamá se fue al mercado y papá en su trabajo.

— ¿Y tus hermanos?

—Durmiendo, ya sabes que el día sábado nos permiten dormir hasta tarde—respondió, Pablo Luis, y cerrando la puerta se abalanzó a abrazar y a besar a Fermín, quien correspondió plenamente.

— ¿Está todo listo?—preguntó, Fermín.

— Claro, y veo que tú no trajiste tus cosas.

—Lo traigo en seguida, vine a ver primero si todo estaba bien, ¿Desayunaste?

— Sí, ¿Y tú?

—También, entonces voy por mis cosas, mira que ya van a ser las nueve y debemos estar de regreso antes de las cinco—dijo, Fermín y se acercó a besarlo nuevamente.

En seguida salió para dirigirse a su casa y traer las cosas que tenía que llevar al paseo. Pablo Luis lo vio desde la ventana alejarse en su bicicleta. Sonrió repasando la lengua por sus labios, recordando el apretado beso que le dio su amigo, Fermín.Luego, se dirigió a su habitación y tomó un maletín que tenía preparado para llevar al paseo.

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“EL PASEO”

Aquel día del paseo sería diferente. El campo siempre ofrece más espacios para estar juntos o solos. A veces un chubasco repentino o un sol inclemente, hace que, de a dos, se busque un lugar para refugiarse. Ambos iban acompañados de cinco compañeros de estudios, dentro de ellos, tres mujeres. “Será único abrazar el cuerpo desnudo de Fermín”, pensaba, Pablo Luis, cuando, de repente, sonó el timbre. Era él, precisamente, y traía consigo su mochilade color celeste, el color que más le gustaba. Se apresuró a abrir la puerta. Fermín le entregó la mochila mientras él guardaba la bicicleta en el garaje. Luego, casi corrió para la puerta, pensando en estrechar, nuevamente, a Pablo Luis en un abrazo y un beso, éste lo esperaba en la puerta y le advirtió que su mamá había regresado del mercado.

— ¿Está todo listo?—preguntó, angustiado, tratando de disimular su ímpetu de abrazarlo.

—Ajá, sólo falta la carpa, lo llevaremos en caso que llueva, está atrás, ¿me acompañas a traerlo?—dijo, Pablo Luis, guiñándole el ojo.

Se dirigían al lugar, cuando, de pronto, apareció doña Elena, la mamá de Pablo Luis.

—Hola, Fermín.

—Hola, señora Elena —respondió, él, notablemente sorprendido.

— ¿Insisten en realizar ese paseo?, ¿Y lo harán caminando?, realmente me parece peligroso, desde el inicio no estuve y no estoy de acuerdo—dijo, doña Elena.

—No se preocupe, señora Elena, en el grupo hay dos compañeros que sí conocen, serán nuestros guías.

Doña Elena hizo un gesto de complacencia y se dirigió al interior. La mamá de Pablo Luis era bastante joven, muy atractiva y vestía modernamente. Casi de inmediato, Fermín siguió a Pablo Luis a la parte posterior de la casa, donde había un cuarto pequeño convertido en depósito de herramientas, para recoger la carpa que llevarían al paseo.Ninguno de los dos se dio cuenta que doña Elena iba detrás de ellos a regular distancia. Cuando los chicos, en su parecer, estaban solos, se entregaron a los abrazos y besos apasionados. Expresiones de amor y cariño brotaban de ambos. Fue en esas circunstancias que los vio doña Elena. En el acto se frenó en su avance. Los contempló por unos segundos y se llevó la mano a la boca, para tapar un posible grito de sorpresa. Acto seguido, como una autómata, giró el cuerpo y regresó sobre sus pasos y fue directo al cuarto de Manuel, el hermano menor de Pablo Luis. Sentía un fuerte dolor en el pecho, a la altura  del corazón.

Cuando Pablo Luis y Fermín se agotaron de los besos y abrazos, tomaron la carpa y se dirigieron a la parte frontal de la casa, ahí ya se encontraban los demás integrantes del grupo, listos para partir. Pablo Luis avisó a Fermín que entraría a despedirse de su mamá.

— ¡Mamá, ya nos vamos!—gritó desde la puerta. Al no escuchar respuesta, ingresó a buscarla—¡Mamá, ¿Dónde estás?, ya nos vamos!—volvió a gritar.

— ¡Está acá, en mi cuarto!—escuchó la voz de Manuel. Trató de ingresar a la habitación pero estaba con seguro —¡Dice que te vaya bien, sólo quiere descansar un poco!

— ¡Ah, ok, en la tarde estoy de regreso!, ¡Nos vemos, mamá, chao, Manuel!

Esperó a escuchar una respuesta, pero sólo hubo silencio, luego se encaminó a reunirse con sus amigos para emprender el paseo. Todos pronunciaron a viva voz un, “¡Chao, señora Elena!”, y partieron.

 

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