SIMPLEMENTE, LA VAQUERINA
Por: Jorge Mesía Hidalgo
"Conocerte fue el alborear de mi vida.
Compartí todo contigo, desde el amor hasta la agonía.
Te recuerdo. Te dejo caminar en mí. Te olvido."
Ricardo Josadth (Poeta Amazónico)
Aquel día, como todos en los que no asisto a clases en la Universidad Nacional de Chiclayo, mi escape es el chat de internet. Mi nombre es Fabián Cepeda, soy hijo único. Me considero un joven de estos tiempos. Desinhibido, que vive el momento. Despreocupado por lo que puede estar pasando en el mundo. Aquello que nos está llevando a la destrucción de la vida. Lo escucho por los medios, cada vez con más frecuencia, con más insistencia. En el internet es una constante. Los corbatudos de la televisión, ponen gravedad en la voz y expresión nómada el rostro, cuando lo mencionan. Los desconocidos de la radio, levantan la voz, como si así los van a escuchar, cuando hablan del recalentamiento y el efecto invernadero. Yo sonrío, al verlos y escucharlos, porque me parece una hipocresía de sus parte. Es muy fácil vociferar o escribir en letras grandes, en los medios, cuando se trata de criticar las acciones de nosotros mismos, porque somos los únicos responsables de llevar a la crisis del medio ambiente a nuestro planeta, sin embargo es difícil proponer acciones o accionar uno mismo, actividades que nos conlleven a solucionar el problema.
Avanzaban los minutos, las bromas se hacían más pesadas y la conversación más ruidosa a medida que ingeríamos un trago “especial” que Pocho tenía guardado para ocasiones como ésa, era una mezcla de vino y aguardiente. Al poco rato apareció Jualo, acompañado por una chica, completamente desconocida para nosotros. De impresionante figura. Esbelta, alta. Cabellera negra, abundante y ondulada. Unos ojos vivaces y pícaros, negros profundos, lanzaban tenaces dardos de encanto, amor y pasión. Todos quedamos boquiabiertos al verla frente a nosotros. Con una sonrisa sensual y excitante. Si Jualo era devoto de impresionarnos con cualquier acto casual, aquella vez lo hizo con creces. La Vaquerina, le decían a aquel encanto femenino. Natural de Cajamarca, de 26 años, lo dijo ella misma, sin inmutarse. En su hablar tenía ese notorio acento, mezcla de costa y sierra, que, a muchos, como yo por ejemplo, nos atrae enormemente.
— ¿Vaquerina?, ¿Ése es tu nombre? —preguntó el pelado José.
—Ajá, Vaquerina —respondió ella, con una agradable sonrisa. Y antes que surgieran otras preguntas, se adelantó en decir— Por favor no quieran saber más de mí, con eso es suficiente, por ahora, ¿ok?
La encantadora y sensual criatura saludó a todos con besos y, a veces, acompañados de abrazos muy efusivos, muy propio de ella, a quien empezaba a conocer. Más, cuando llegó mi turno, se detuvo en seco. Me miró directamente a los ojos y dejó de sonreír. Yo también la miré directamente a los ojos, inmovilizado, petrificado y al instante sentí un flechazo directo al corazón. Más, en mi interior, sentía cómo mi sangre se calentaba, en un estado de ebullición, a punto de saltar al aire. Me contuve, haciendo un gran esfuerzo, para decir:
—Hola, ¿Cómo estás?
Ella, como no lo había hecho con ninguno de mis amigos, estiró la mano para estrechar la mía y dando un suave, pero notable tirón, me acercó a su rostro para darme un beso largo, y, por demás sensual, en la mejilla, muy cerca de la comisura de mis labios. Quedé estático, a punto de que las piernas se me doblaran de tanta emoción y excitación. Y ella, sin dejar de mirarme, volvió a sonreír encantadoramente. La sangre de mi cuerpo, en exceso caliente, se concentró en mi rostro, tornándolo de un rojo intenso. Mis amigos empezaron a reír, socarronamente, escandalosamente, dando pifias y silbidos burlones hacia mí, pero, lo que les hizo realmente delirar, fue cuando vieron las huellas del colorete de los labios de La Vaquerina muy junto a mis labios. Ya se imaginarán cómo me puse y dónde hubiera querido estar en esos momentos.
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Regresé a casa contento, había dado un gran paso en mi recuperación “post Vaquerina”, además tenía la seguridad que mis amigos estaban convencidos y que me ayudarían a recuperarme completamente. Inexplicablemente, no sé por qué, en ese momento, vino a mi mente el rostro de La Vaquerina. De una manera fugaz. Hasta creí haber visto la figura de ella en un vehículo que pasaba por la calle por donde caminaba a casa. Inmediatamente retiré el recuerdo y la figura de mi mente. “No puede ser”, pensé, “¿Vuelvo a lo mismo?, no, no, aléjate demonio, no caeré nuevamente en tus manos”, dije, calladamente. Me detuve en una esquina, para cruzar la calle, cuando de pronto, la escuché:
— ¡Fabián! ¡Fabico!
Rápidamente volví la mirada hacia esa llamada, hacia esa voz, inconfundible para mí. Era ella, La Vaquerina. Escuchar su voz provocó un temblor en todo mi cuerpo, verla de nuevo, me congeló. “¿Cómo me vi en ese momento?, no sabría decirlo. ¿Palidecí?, seguro que sí. ¿Me volví más rígido que una estatua?, también. Tan estático me quedé, que en vez de acercarme yo a ella, ella se acercó a mí.
—Hola, lindura —me dijo al darme un beso en la mejilla.
—Hola, Vaquerina —respondí con la voz entrecortada y el corazón agitado.
—Oye, ¿Estás bien? —Preguntó con un gesto de preocupación— Estás frío, pálido, ¿Estás enfermo?
—No, no, sólo un poco sorprendido, no pensaba verte y menos hoy día —respondí. Repentinamente, me tomó de la mano y me indujo a caminar por la acera.
—No sabes lo feliz que me hace verte, ayer llegué de viaje y lo primero que quería, era verte —me dijo, con una sonrisa, con ese encanto propio de ella.
— ¿Así? qué coincidencia, yo también tenía ganas de verte —le dije, ocultando mi desesperado afán de verla desde aquella noche que la conocí.
— ¿En serio?, eso me hace doblemente feliz, vamos, te invito a comer un helado —me dijo, parándose delante de mí.
Repentinamente, me abrazó por la cintura y cogiendo mi brazo izquierdo me la puso sobre sus hombros. Yo, emocionado, excitado al cien, comencé a sudar frío. Estaba avergonzado de que la gente notara una abultada erección en la bragueta de mi pantalón.
Caminamos un poco más, en busca de una heladería. La Vaquerina iba sonriendo a la gente que nos cruzábamos, mirando de un lado a otro y recostando, de cuando en cuando, su cabeza en mi hombro. Eso me excitaba aún más. De pronto, notó que me encorvaba, tratando de ocultar el pronunciado bulto que tenía abajo. Me miró, luego miró el bulto y me abrazó de frente, dándome un beso en los labios, ocultando con su cuerpo la protuberancia desvergonzada, que provocaba mi erección.
—Estás excitado, mi amor —me dijo al oído.
—Sí —respondí, con voz apagada.
— ¿Tanto así? ¿Es eso lo que provoco en ti? —me preguntó en voz baja.
—Ajá —respondí, casi jadeando, sin soltarla de la cintura, a la cual me había aferrado, para pegar mi parte sexual a su cuerpo.
— ¡A su!, qué grande y qué duro —dijo, al sentirlo. No respondí. El sudor de mi cuerpo empapaba mi polo. Estaba a punto de estallar, por la excitación.
—Comiendo el helado se me pasará, luego un buen baño —le dije.
—Nada de eso —me dijo, dándome otro beso— vamos a desfogarnos, ¿Quieres?, porque yo también estoy caliente, afortunadamente a la mujer no se le nota, pero estoy que ardo —dijo, ella.
—Ya pues, pero, ¿Cómo y dónde? —pregunté, angustiado.
—En mi cuarto es imposible, ¿Un hotel?, ¿Conoces alguno?
—No, ninguno —dije, angustiado.
—Eso no importa, vamos a cualquiera, con pagar la habitación, se arregla todo —me dijo y me tomó de la mano, jalándome al borde de la acera, para tomar un transporte. Dentro del vehículo en marcha, le dije:
—Vaquerina, tengo poco dinero.
—No te preocupes, bonito, yo tengo —me respondió, tomándome la mano y dándome otro beso en los labios.
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